Revestido con la magia de un estilo deslumbrante y seductor, el pensamiento de Nietzsche resulta, para el hombre de hoy, inusual, inaudito, desafiante, casi en nada parecido al de un filósofo más. En su trasfondo hay una larga experiencia en ir errante por desiertos tórridos y congelados, un prolongado aprendizaje en ver las cosas de otro modo a como las ve habitualmente el europeo moderno.
Éste se ve, tal vez, a sí mismo como la cima de la evolución y del progreso histórico, heredero de una civilización que ha logrado dominar técnicamente la naturaleza liberándole de muchas limitaciones físicas, de la inseguridad, de la superstición, y creando las condiciones de un confort antes imaginable. Pero entonces, ¿Por qué no está satisfecho y feliz? Nietzsche pone ante su lector un espejo donde se refleja el lector mismo junto a su otro, o sea, juno a todas esas otras interpretaciones, posibilidades y puntos de vista que nunca se plantea.
“Resulta paradójica la popularidad de Nietzsche en una época en la que se toma al pensamiento como otro producto más de consumo rápido. Nietzsche no quiere lectores apresurados: busca un tipo de lector paciente, cauteloso.
Dispuesto a rumiar las ideas, a desmenuzarlas lentamente, a apreciar sus matices y a poner en cuestión el propio punto de vista. A quienes se obstinan en resolver de inmediato el sentido de sus palabras o se creen ya en posesión de la verdad, los envuelve con sus provocaciones, ironías y aparentes contradicciones hasta acabar por desesperarlos y hacer que pongan en evidencia su incapacidad para entender una obra tan compleja y laberíntica que incita a hacer un experimento con la verdad.
Esta es la cuestión esencial con la que Nietzsche nos confronta: ¿qué grado de verdad somos capaces de soportar? Hoy ya nadie se escandaliza fácilmente de sus invectivas contra el cristianismo y los valores ascéticos. Pero ¿qué decir cuando lo cuestionado es el progresismo, el igualitarismo, el feminismo o la universalidad de las normas morales? Hace falta una buena dosis de temple teórico y de sutileza hermenéutica para comprender que su intención no es la de convencer al lector para que se vuelva un furibundo antimoderno, sino la de hacer que se plantee cosas que nunca se plantea y que, al comparar sus propias perspectivas y valoraciones con otras, advierta la parcialidad de aquéllas, su estrecha dependencia de determinadas condiciones de vida.
Son estas virtudes exegéticas las que derrocha el libro de Diego Sánchez Meca, quien se consagra así como uno de nuestros mejores intérpretes de la filosofía nietzscheana con una obra plena de madurez, prueba, asimismo, del alto grado alcanzado en España por esta línea de investigación en las últimas décadas. Si Luis de Santiago Guervós nos ofrecía recientemente un minucioso estudio sobre la estética nietzscheana, titulado Arte y poder, la obra de Sánchez Meca supone ahora un hito decisivo, constituido desde una sólida, rigurosa teoría de cómo hay que leer a Nietzsche. Manejando con soltura el inmenso caudal de fragmentos póstumos del filósofo, muchos de ellos desconocidos, Sánchez Meca despliega este soberbio ejercicio de arte de buen leer en tres grandes apartados. En el primero, examina la apuesta del joven Nietzsche por la trágica serenidad de los griegos ante el dolor de la existencia como clave de sus discrepancias con el pesimismo romántico. En la segunda, analiza la nueva articulación del cuerpo y la cultura propuesta por el Nietzsche maduro como remedio al declive de una civilización confortable, pero carente de espíritu y vitalidad. En la última, debate con tres influyentes interpretaciones del pensamiento nietzscheano, las de Habermas, Heidegger y Deleuze, a fin de desentrañar las ambigüedades de su noción de experiencia dionisíaca del mundo: no un éxtasis irracional, un retorno al origen o una liberación sin freno, sino un cultivo consciente de la fe en que, pese a toda su carga de dureza y sinrazón, la vida ha de inspirarnos confianza.”
Diego Sánchez Meca, Nietzsche: la experiencia dionisíaca del mundo, Tecnos. Madrid, 2005. 408 páginas, 20 euros
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